Marie: fortaleza africana (Serie migrantes #1)

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3800 km es la distancia que separa Marruecos de su Camerún natal, desierto por medio. Marie no llegó sola, su marido y su hijo la acompañaron, y su vientre tambien alojaba otra vida. Los campamentos subsaharianos de Oujda, en Marruecos, se convirtieron en su improvisado hogar. Hoy comienza una agenda de movilizaciones contra la persecusión de personas que solo buscan una vida mejor y nosotros iniciamos una serie de reportajes explicando sus historias.

Por DANIELA FRECHERO>

El campamento en Oujda | Foto: DANIELA FRECHERO

Foto: DANIELA FRECHERO

[four_columns alpha=»0″ omega=»0″][dropcap_custom]»[/dropcap_custom]No hay sitio en el Mundo que no tenga fortalezas con rostros de mujer y Marie no es la excepción.»[/four_columns]

De puerta, una manta; no hay ventanas. Más mantas hacen de paredes y techo, sostenidas por palos de madera, sujetos con bolsas y cuerdas. Una tienda. Un campamento. Desde lejos se puede divisar el azul intenso de los plásticos que recubren estos pequeños y frágiles “hogares”.

Basta con pronunciar su nombre para que ella se asome y te reciba.

Marie se llama y tan sólo 26 son sus primaveras. Vino de Camerún, pero no lo hizo sola. Su marido Moussa y su hijo Farys acompañaban sus pasos. Y en su vientre, una vida ya se estaba gestando, Maruan sería el nombre elegido.

Levanta la manta que hace de puerta y sale con su sonrisa cansada. De fondo se pueden escuchar los sollozos de un bebé, finalmente se distingue que son dos. Colores cubren su cabeza, los únicos dentro de una paleta tan escasa. Sus cabellos son cortos, pero nadie lo sabe. Su vestido a rayas, gris y negro, contornea su figura y deja ver las huellas de haber parido por segunda vez. Las suelas de sus zapatos llevan andando kilómetros y meses, sus pies ya se han vuelto inmunes a cualquier sensación. Un pequeño bolso negro le cuelga a un costado de su cuerpo, lo carga cual tesoro divino. Aquí no hay nadie en quien confiar, los ojos no pueden parpadear más de la cuenta. Y todo cabe en una tienda: las habitaciones, los utensilios de cocina, las ollas, las pertenencias de los bebés y ellos cuatro. Una familia con todo a cuestas.

Foto: DANIELA FRECHERO

Foto: DANIELA FRECHERO

[four_columns alpha=»0″ omega=»0″][dropcap_custom]»[/dropcap_custom]Oujda, el principio del fin de ese gran viaje hacia Europa. El descanso, retomar fuerzas y preparar los próximos pasos.»[/four_columns]

Punto del mapa: Oujda, en Marruecos, frontera con Argelia, la puerta de entrada de miles de almas subsaharianas que buscan una vida mejor. No hay sitio en el Mundo que no tenga fortalezas con rostros de mujer y Marie no es la excepción.

Casi 3.800 son los kilómetros que hoy la separan de su Camerún. Si el infierno tiene sucursales en la tierra, el desierto de Tamanrasset (Argelia) es una de ellas: 600 km de arena y mafias, mortal combinación. Nadie a quien gritar, nadie que escuche. La sed, la otra protagonista del calvario. Dormir donde caiga el cuerpo, mas nunca cerrar los ojos por completo. Todo tiene un precio, entre 300 y 400 Dirham ha sido lo que Marie ha pagado, pero multiplicado por cuatro, para llegar a Marruecos.

Para algunos, Oujda representa el principio del fin de ese gran viaje hacia Europa. Es el descanso, el retomar fuerzas y preparar los próximos pasos a seguir. Para otros, es el comienzo de otro calvario, la no vuelta atrás; pero también el no avanzar. Literalmente, varados en Marruecos. Atrapados, muchos, en redes de trata y de tráfico de personas. Redes que negocian con sus sueños y  los convierten en la peor pesadilla.

Aquí los bosques (Mousaki y Gala), pegados a la frontera argelina,  son refugio e infierno al mismo tiempo. Pero también la ciudad sirve de asentamiento para estos campamentos de condiciones precarias e infrahumanas, ubicados en un recinto a cielo abierto perteneciente a la Universidad de esta ciudad, desde hace aproximadamente 10 años. Y es justamente allí donde los pies de Marie se asientan, ahora por segunda vez.

Oujda en agosto se torna insoportable, el calor es abrasador, la respiración se corta. Sientes que por momentos te ahogas y que los rayos del sol atraviesan la piel, queman. Parecen siempre las 12 del mediodía. Los 30ºC de media se multiplican casi al doble en la sensación corporal. No alcanzan los árboles para resguardarse del sol y el andar se torna más lento, los pies no reaccionan. La sombra brilla por su ausencia.

Foto: DANIELA FRECHERO

Foto: DANIELA FRECHERO

La dignidad

La dignidad se entiende en todos los idiomas y hasta la persona más pobre sabe lo que es humanamente aceptable o no. Pero gracias a ONGs como Médicos de Mundo, la dignidad asoma a pesar de todo. Independientemente del tiempo que las personas puedan estar allí, intentan mejorar sus condiciones de vida. Salud e inmigración conforman sus ámbitos de actuación, pero su labor traspasa la mera asistencia sanitaria a migrantes sin documentación. Detrás de ello, el acompañamiento y fortalecimiento de la persona se convierten en pilares de su accionar. Entregan materiales básicos e indispensables de cobijo e higiene (mantas, plásticos, calzados, utensilios de cocina, kits de higiene masculina, femenina e infantil, etc.) y cubren la compra de medicamentos, tratamientos e intervenciones. Un respiro dentro de tantas calamidades que envuelven estas vidas.

El paisaje desolador de este recinto universitario se mimetiza con el de la naturaleza humana, y solo parece ofrecer hostilidad al que llega. Miradas indagatorias e intimidantes se cruzan al principio, hasta que puedan descifrar las intenciones de la visita. La cordialidad puede también tener aquí su presencia, seguida siempre por una sonrisa, a pesar de todo. La aridez, que lo abarca todo, no hace más que acrecentar esa desesperanza.

Es muy frecuente ver ascender de la tierra un humo de color negro intenso, generando una mezcla de olores que rozan lo nauseabundo. Los montículos de basura son parte integrante ya del terreno, ubicados frente a cada tienda. El agua es escasa, cada gota vale oro. Pero no es posible obtenerla aquí, está cortado el suministro de las fuentes más cercanas, por lo que deben andar un largo trecho cada día bajo los rayos imperdonables del sol. Es moneda corriente cruzarlos cargando en sus cabezas los bidones.

La música se escucha desde primeras horas de la mañana, los acerca y los evade a la vez. Un pedazo de su tierra aquí.

Foto: DANIELA FRECHERO

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[four_columns alpha=»0″ omega=»0″][dropcap_custom]»[/dropcap_custom]20 tiendas agrupadas por comunidades y con sus respectivos responsables de comunidad. Reglas que cumplir y un precio que pagar por estar aquí.»[/four_columns]

Un total aproximado de 20 tiendas que forman una gran L. Están agrupadas por comunidades (Liberia, Mali, Congo, Camerún, Senegal, Gambia, Guinea Konakri, Costa de Marfil, etc.). Cada una de ellas con sus respectivos responsables de comunidad. Un pequeño gobierno a cielo abierto, reglas que cumplir y un precio que pagar para estar aquí,  entre 200 y 500 Dirhams, un auténtico “derecho de piso” por adelantado, sin que ello les garantice una mínima seguridad física o alimentaria, sino, más bien, apenas unos míseros metros de tierra. Una de esas tiendas, ubicada en el centro del recinto, sirve de punto de encuentro para las reuniones semanales de las comunidades (cada día una de ellas), las asambleas y elecciones semestrales de los responsables de cada comunidad (también del administrador y del secretario) y, trimestralmente, las reuniones para resolución de conflictos.

La religión, siempre presente, también tiene aquí su espacio en esta tienda. Todos los fines de semana, la comunidad nigeriana celebra su misa. El pastor llega a primera hora de la mañana y se dirige, con una sonrisa amplia, tienda por tienda para captar a los feligreses. Unas cuantas ramas le sirven de escoba. Con ella acondiciona el templo, expulsa fuera los restos de basura del día anterior y rápidamente forma una montaña con ellos. En los alrededores del recinto, también se pueden divisar círculos en la tierra, formados con piedras, que personas de distintas comunidades y de religión musulmana han creado para rezar.

La charla es esencial y vital, muestra de ello es la tienda “Café”, un espacio que han construido para tal fin. Es común ver algunas sillas fuera y varios hombres que pueden pasarse toda una mañana o una tarde.

No hay baños pero, producto de la lejanía de los montes, muchos hacen uso de algunas esquinas del terreno. Apenas tres precarias duchas construidas artesanalmente, de la misma forma que las tiendas, son de uso comunitario. Hay una en la que tienen prioridad las mujeres y los niños. La privacidad es lo primero que aquí se destruye. Algunos de estos habitantes suelen ir a ducharse a la casa de un marroquí que, por tan solo 10 Dirhams, les proporciona el servicio.

Foto: DANIELA FRECHERO

Foto: DANIELA FRECHERO

El mundo de Marie

Este es el mundo de Marie. Cada día que pasa es una copia fiel del día anterior.

Sobre las 8,30 de la mañana, el único momento del día en que el sol no lastima y apenas una brisa vuela, a Marie suele despertarla el llanto de Maruan, seguido por el de Farys. Ninguno de los cuatro ha dormido casi. Uno a uno, también comienzan a asomarse el resto de vecinos de las tiendas, cepillo de dientes en mano.

Ropa de tamaño extra-small tendida en las alambradas, ubicadas frente a la tienda de Marie, son los únicos colores que, por esas horas, aquí resurgen dentro de tanto monocromo.

De la tienda empiezan a asomarse los brazos de Marie, pero primero saca el coche del bebé y algunas ollas, para poder salir de ella. Farys es el segundo en ver la luz del día. Con apenas un año y pocos meses,  empieza a deambular con sobras de comida de la noche anterior en su mano, agarra del suelo algo que aparenta ser tentador, un trozo de pan duro. Sus pies descalzos ya se habituaron a pisar las piedras.

La imaginación no tiene muchos recursos aquí para florecer, el juego de Farys consiste en explorar en la medida de sus posibilidades de acceso, todo aquello que está en el suelo, pero al grito monosilábico de su madre, se detiene y comprende que hasta allí llega su límite geográfico. Por momentos es él quien pasa a ser un juguete, y deambula de brazos en brazos. Los adultos se lo apropian y le muestran su status, un puño cerca de su rostro pequeño, sin siquiera tocarle, sirve de señal de que debe callar. Pero eso enfurece aun más a Farys, que reacciona con una rabia contenida expulsada en forma de grito. Si pudiese, los golpearía. Así pasan sus días y así va forjándose a retazos su carácter, pero suele encontrar pequeñas pinceladas de cariño en los brazos de su madre. Siempre hay tiempo para ese encuentro.

Foto: DANIELA FRECHERO

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[four_columns alpha=»0″ omega=»0″][dropcap_custom]»[/dropcap_custom]Marie es la cocinera del campamento. Cada día emprende su travesía, primero se paga una ducha y después acude al mercado para comprar lo que cocinará para todos.»[/four_columns]

Marie es la responsable de que la comunidad camerunesa se alimente cada mediodía y noche. Ni el suelo de tierra, ni la escasez de agua, alimentos e infraestructura permiten que abandone la pulcritud y dedicación al cocinar. Moussa queda a cargo de los niños. Maruan, que aún no llega a sus dos meses de vida, tiene el sueño cambiado y duerme cuando el sol ya empieza a subir. Farys continúa deambulando, pero es controlado por el resto de adultos que se encuentran sentados a la sombra de un árbol cercano.

Marie emprende su travesía diaria. Primero compra su desayuno: unas galletas rellenas de chocolate y una botella de agua. No se detiene, toma un taxi hasta la casa de duchas. Compra su ticket de 15 Dirhams para poder utilizar el servicio y opta también por llevarse champú y jabón. Regenteado por dos mujeres de aspecto insalubre, que le hablan tiradas en unas colchonetas, Marie recibe la indicación del número de ducha que le ha tocado. Sube las escaleras que la llevan directa a la evasión del mundo, al menos por un momento. Esta es casi la única oportunidad del día para poder ir al baño. Se toma su tiempo, podría quedarse horas bajo el agua que cae por su nuca y le baja en cascada. Lava sus cabellos y también sus cicatrices de guerra. Su pañuelo de colores le sirve de toalla. Se sienta en el pasillo y de su bolso saca un espejo de colores vivos y un lápiz que dibuja el contorno de sus cejas, luego pinta sus labios de un color rosa tímido.

Lamenta que ese momento no dure un poco más. Es hora de seguir camino, sale en búsqueda de un taxi, pero van todos llenos. Aquí se comparten, pero no es posible subir a más de tres personas. Finalmente, uno de ellos frena y ella le pide al chófer que la deje en el Mercado principal, la Medina. Marie se sienta bien pegada a la puerta y su mirada se queda fija en el afuera, pero en realidad no se percata de lo que allí sucede, se evade otra vez. Parece querer olvidarse de todo y cuanto la rodea, que esto sea un despertar y darse cuenta que su vida es otra.
Una vez en la Medina, ella parece sincronizar un reloj en su cabeza que la dirige a los puestos concretos. Mientras limpian el pescado escogido, se dirige a comprar las verduras, los condimentos y el arroz. Sabe negociar. Sale de allí con cinco bolsas. Marie parece otra persona cuando se evade de su realidad. Pero toca regresar, en mas de una ocasión su preocupación es su marido que ha quedado a cargo de los niños, sabe que eso a él lo supera e impacienta.

Foto: DANIELA FRECHERO

Foto: DANIELA FRECHERO

La nueva espera de un taxi se vuelve eterna porque el sol ya está en su punto más alto y no perdona a nadie. Las bolsas de compras parecen pesar más de la cuenta. Ya no reniega de su presente, se resigna. Por fin el taxi llega y la retorna a su mundo. Ni bien llega, toma a Maruan en sus brazos, lo abraza y lo llena de besos. Lo extrañaba o se alegra de saber que él está bien: mamá ya esta aquí. Moussa da por finalizada su tarea y se marcha. Marie comienza a lavar todos los utensilios que quedaron sucios de la noche anterior. Se sienta en un banco improvisado, olla en frente y cuchillo en mano, empieza por las verduras.

La cocina está construida, de manera improvisada pero con dignidad, al lado izquierdo de la tienda donde viven. Ya ha puesto una inmensa olla con agua a hervir en uno de los fuegos, mientras que, en otro, el aceite ya se calienta. Farys se dirige de un lado a otro, pero no se aleja del radio de la tienda, experimenta con el agua sucia con la que se han lavado los utensilios, remoja en ella cualquier objeto que esté cerca.

Foto: DANIELA FRECHERO

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[four_columns alpha=»0″ omega=»0″][dropcap_custom]»[/dropcap_custom]No le hace falta dormir para soñar, y ella sueña en silencio con poder mirar, desde el otro lado del mar, esta otra orilla.»[/four_columns]

El aroma del arroz recién hecho con sus verduras y salsa, sumado al del aceite crujiente que ya reposa, llama la atención de los que, a esas horas, ya están hambrientos y merodean de lejos la tienda. Una vez que la comida ya está lista, se acercan los primeros comensales. 10 Dirhams el plato. En menos de media hora, ya ha terminado de repartir lo que ha cocinado. Ahora es su turno, se sienta por un momento, utiliza sus rodillas de mesa para sostener el plato de comida que se ha servido. Una de sus pocas comidas diarias. No hay tiempo para sobremesas.

Las moscas completan el retrato. Marie cubre a los niños con una red blanca para que al menos puedan dormir su siesta. Farys cae rendido, lo recuesta boca abajo, mientras que Maruan sueña profundo y ni se inmuta dentro de su cuna.

Por la tarde, una vez despiertan, son ellos quienes tienen su lavado diario, pero en la ducha comunitaria. Para ello, Marie hace uso de los kits de higiene que les brinda la ONG.

La tarde ya comienza a caer. Las temperaturas parecen apiadarse de los habitantes del campamento. Otro mundo parece asomar ahora, se entretejen cosas bajo las estrellas como testigos. Sobrevivir siempre es la primera opción y la primera justificación.

A  Marie le resta hacer la cena. Descansar es el deseo que tiene cada noche al apoyar su cabeza en las mantas. No le hace falta dormir para soñar, y ella sueña en silencio con poder mirar, desde el otro lado del mar, esta otra orilla.

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There are 2 comments

  1. DateCuenta | Migrantes: luchas que pasan desapercibidas

    […] 3800 km es la distancia que separa Marruecos de su Camerún natal, desierto por medio. Marie no llegó sola, su marido y su hijo la acompañaron, y su vientre tambien alojaba otra vida. Los campamentos subsaharianos de Oujda, en Marruecos, se convirtieron en su improvisado hogar. Hoy comienza una agenda de movilizaciones contra la persecusión de personas que solo buscan una vida mejor y nosotros iniciamos una serie de reportajes explicando sus historias. Lee la historia aquí. […]

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