Miroslav Tichý, donde acaba el loco y empieza el genio

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¿Cuál es el límite entre el azar y el arte? En ocasiones, las miserias agudizan el ingenio; en otras, los artistas son considerados no más que locos extravagantes, al menos en vida. Grandes virtuosos que han destacado a lo largo de la historia, a menudo no lo eran en relaciones sociales. Esto es lo que ocurrió al artista del que os hablaré hoy, la historia de un hombre considerado poco más que un loco vagabundo por las gentes de su pueblo.

Por SARA VELÁZQUEZ >

Miroslav Tichý con una de sus cámaras hechas a mano.| Foto:  autor desconocido

Miroslav Tichý con una de sus cámaras hechas a mano.| Foto: autor desconocido

Miroslav Tichý nació el 20 de noviembre de 1926. Fue el único hijo del sastre de Nětčice, una de las tres aldeas de Kyjov en la actual República Checa. La pintura fue su pasión; comenzó a estudiar en la Escuela de Bellas Artes de Praga durante la Segunda Guerra Mundial. Podría haber sido uno de los principales pintores del estilo modernista. Pero tras el golpe de Estado que derrocó el Gobierno democrático en febrero del 48, las autoridades comunistas checoslovacas cambiaron las modelos que posaban para los estudiantes por obreros en mono de trabajo Tichý se rebeló contra las autoridades junto a un grupo de estudiantes, y el dotado y extravagante estudiante acabó abandonando la Escuela. «Todos los cuadros ya estaban pintados, todos los dibujos ya estaban dibujados, ¿qué me quedaba por hacer?»

[four_columns alpha=»0″ omega=»0″][dropcap_custom]»[/dropcap_custom]Abandonó el cuidado de su apariencia para expresar su incomodidad con el Sistema, por lo que fue tomado por loco y encarcelado durante 15 años.»[/four_columns]

Al acabar el servicio militar obligatorio, Miroslav se volvió cada vez más excéntrico. Abandonó el cuidado de su apariencia, se dejó crecer la barba y el pelo —aspecto que le acompañó el resto de su vida—, seguramente como forma de expresar su incomodidad ante los cánones de la normalidad burguesa y símbolo del anhelo que sentía por conservar su libertad. Era un joven pacífico, sin ningún interés por animar rebeliones. Pero su aspecto y sus planteamientos artísticos opuestos al progresismo comunista hizo que fuera considerado por la tenaz policía de Checoslovaquia como un enfermo mental, un insurgente disidente. Fue controlado, perseguido y recluido en diversas prisiones y psiquiátricos durante 15 años; incluso le prohibieron pintar.

A finales de los años 50 el Régimen comunista comprendió que Tichý era inofensivo. Una vez libre, se instaló en una humilde vivienda de Kyjov. Aislado de la sociedad seguía pintando, pero sus cuadros no interesaron a nadie. Los edificios donde vivía fueron nacionalizados y lo desalojaron de su casa y estudio, perdiendo con ella su obra. Acabó en una infravivienda en su pueblo natal. Durante décadas, fue un vagabundo, un indigente, firme en su decisión de aislarse del poder represor.

En la década de los 60, privado de ejercer la pintura, decidió dedicarse a la fotografía. Buscó la fuente de belleza estética más cercana, y empezó a fotografiar a las mujeres de su entorno. En este intento por detener y capturar la belleza manifiesta, o más discreta, de las mujeres de aquel lugar, se agudizó su fascinación por las mujeres. Es bien sabido que una buena imagen no la capta una buena cámara. Este genio de timidez extrema no utilizaba una cámara ordinaria, sino que quería «ser famoso haciendo algo y haciéndolo peor que cualquier otra persona en el mundo».

Fotos: MIROSLAV TICHÝ

Fotos: MIROSLAV TICHÝ

[four_columns alpha=»0″ omega=»0″][dropcap_custom]»[/dropcap_custom]Construía sus cámaras con todo aquello que encontraba en los desechos de los vecinos: paquetes de cigarrillos, latas de conservas y rollos de papel higiénico.»[/four_columns]

Convertido en una figura de Diógenes, construía artesanalmente sus propias cámaras con todo aquello que encontraba en los desechos de sus vecinos. Éstos le consideraban el loco del pueblo. Utilizaba cualquier elemento que encontraba a su disposición. Para construir el cuerpo le servían paquetes de cigarrillos, cajas de cartón, madera aglomerada; elásticos de calzoncillos como disparador y chapas de botellas para pasar el carrete. Selló las entradas de la luz con la brea con la que se hace el asfalto. Para los objetivos utilizó rollos de papel higiénico, latas de conservas usadas, tubos plásticos o de plomería; para las lentes, rondes de pasta de dientes, gafas viejas o trozos de plexiglás, a los que daba forma lijándolos y puliéndolos con pasta dentífrica y ceniza de cigarrillo. El resultado eran artefactos estrafalarios que a pesar de todo funcionaban, pero sobreexponía las tomas, las manchaba y las rayaba. Los carretes también los fabricaba él mismo, películas de 60 mm que cortaba y obtenía negativos de 30 mm. Se trata de creaciones puras de principio a fin, les colocaba marcos con papel, las coloreaba y añadía garabatos a lápiz.

Gracias a sus cámaras imperfectas, desde mitad de la década de los 60 inicia un camino de experimentación con la fotografía. Miroslav Tichý se levantó temprano todos los días durante 30 años para pasear por las calles de Kyjov, observando y captando alrededor de 100 instantáneas diarias. Luego las revelaba y ampliaba de forma descuidada en su caseta. Buscaba compulsivamente los rostros, las piernas, los pechos, las miradas de las mujeres que encontraba en los mercados o en el parque; le llegaron a prohibir acercarse a la piscina municipal, pero se construyó un teleobjetivo y a través de la reja siguió tomando las imágenes con su técnica poco ortodoxa. Algunas mujeres incluso posaban, creyendo que aquellas cámaras eran incapaces de funcionar y simplemente le sonreían por ser amables con el pobre hombre y su cámara de tebeo.

Foto de MIROSLAV TICHÝ

Foto de MIROSLAV TICHÝ

[four_columns alpha=»0″ omega=»0″][dropcap_custom]»[/dropcap_custom]Se levantó temprano todos los días durante 30 años para captar centenares de imágenes de lo que más admiraba: las mujeres.»[/four_columns]

El producto final son imágenes con el encanto de lo artesanal, figuras borrosas cargadas de sensualidad inocente, momentos cotidianos que a muchos pasan desapercibidos. Las tomaba para su propia diversión; la mayor parte fueron destruidas por él mismo. Por suerte, en los años 80 Roman Buxbaum, un vecino amigo de la familia Miroslav, encontró algunas de las imágenes que el viejo tiraba. Consciente del valor que tenían, las siguió recolectando y guardando. Su obra le provocó emociones fuertes y contradictorias, un tesoro del que nadie conocía su existencia. Preguntándose si era justo intentar sacarlo a la luz, un buen día decidió que Tichý debía ser reconocido públicamente como artista antes de morir. Llevó parte del material a Zúrich para enseñarlo al galerista y crítico de arte contemporáneo Harald Szeemann, quien organizó su exposición en la Bienal de Arte Contemporáneo de Sevilla en 2004. Desde allí, comenzó a circular por museos y galerías de Berlín, París, Nueva York… Viajó por todo el mundo. Las dañadas fotografías alcanzaron cotizaciones de entre 4.000 y 8.000 euros. Incluso se realizó un documental sobre su vida y obra, Tarzan in pension, que Buxbaum dirigió.

Tichý nunca asistió a una exposición, ni aceptó el dinero de las ventas: continuó viviendo en su chamizo, gracias únicamente a los ingresos de una insignificante pensión el resto de su vida.

Foto de MIROSLAV TICHÝ

Foto de MIROSLAV TICHÝ

En 1992, el pintor austríaco Arnulf Rainer visitó a Tichý y le pidió comprar algunas de sus obras. Miroslav le propuso un trueque. Así, Rainer le dio una de sus pinturas a cambio de una fotografía. Otros artistas quisieron hacer lo mismo. Fue entonces cuando Buxbau fundó The Tichy Ocean Foundation, basada en el intercambio: los artistas donan sus obras a cambio de las imágenes de Miroslav Tichý.

En 2011, este anacoreta murió rodeado de libros de filosofía, historia, poesía y óptica en el mismo pueblo donde nació: tenía 85 años. Hoy, la gente de su pueblo no entiende cómo la obra de aquel loco está colgada en grandes museos, ni tampoco lo especial de sus imágenes, pero han asumido que es un artista.

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About Sara Velázquez

Fotógrafa especializada en el ámbito artístico, es decir, el que cuestiona el propio medio. Ha trabajado codo con codo con fotógrafos como Christian Maury o Kim Manresa y publicado en medios como El País o la revista La Fotografía. Ha creado la sección "Revelando estrellas", donde desvela vidas de fotógrafos que no fueron reconocidos en vida. Es también docente en nuestra escuela.

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