Valor para morir sin voz

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Como fotoperiodista, he aprendido que no es esencial recorrer miles de kilómetros para encontrar una historia. A veces están mucho más cerca, en nuestra vida. Hoy voy a relatar la historia de mi abuela. La historia de un abuso cotidiano que debe ser denunciado. También para hacerla extensible a las historias de todas las personas que se quedan sin voz, igual que mi abuela. Para reclamar sus derechos, para opinar sobre cómo quieren vivir. | Por AITOR FERNÁNDEZ

Foto: AITOR FERNÁNDEZ

Foto: AITOR FERNÁNDEZ

[…] «No, hablaba / de morir en la cama
de una gran ciudad
a los ochenta o a los noventa años.”
“Valor”, Cristina Peri Rossi

Recuerdo la voz que tenía cuando yo era pequeño. La mesa llena de niños, el mantel blanco de flequillos y los platos de cristal transparente con la sopa de fideos. Recuerdo a mi abuela, cariñosa a veces y otras con un carácter duro y seco. Su vida no ha sido fácil y eso arraiga en el corazón, aunque muchas veces no sea justo hacerlo. Pero nadie es perfecto y uno intenta sobrevivir. Mi abuela no quería vivir tantos años, yo le decía que eso no lo decide uno y entonces ella me daba la razón. Pero ahora no me dice nada. Se ha quedado sin voz. Como un reloj al que se le agota la pila y ya no da la hora exacta, así vamos perdiendo facultades. Así nos olvidamos de hablar.

Vivimos gritando toda la vida y de pronto uno se queda sin voz. Aunque sabemos que no nos escuchan, uno alza la voz cuando le pisan porque necesita sobrevivir. Por eso pienso lo duro que debe ser quedarse sin voz, aunque estés rodeado de personas que te quieren. Pienso que eso es lo que ha hecho vivir a mi abuela tantos años: estar rodeada de quienes la quieren y nunca la dejan sola. Pero el coraje que mi abuela ha tenido que sacar para salir adelante está dando sus últimos coletazos.

[four_columns alpha=»0″ omega=»0″][dropcap_custom]»[/dropcap_custom]Los ancianos pierden en muchas residencias el más mínimo poder de decisión. Les marcan hasta una hora para llevarlos al baño.»[/four_columns]

Tiene bronquitis crónica y sólo una válvula sana en el corazón. Lleva pocos meses en una residencia concertada con la Generalitat —antes pasó por otra, también concertada, que era un completo desastre— porque sus hijos ya no podían hacerse con ella. Ya no puede caminar y hasta le cuesta tragar. Pero tiene la memoria perfecta y conserva miles de recuerdos de sus 98 años de vida. Un siglo de memoria en el que caben muchas vidas: la vida de perder a tu compañero que se marcha al frente; la vida de criar a tres hijos sola en tiempos de represión. La vida de amamantar a una hija y a una hermana a la vez cada vez que su madre se va a trabajar; la de enviar a la ciudad a dos hijos de 19 años para que no mueran trabajando en la mina. La vida de volver a quedar viuda y tener que vivir sola media vida más. La de necesitar ir a vivir con los hijos durante años porque no es posible vivir sola. La perra vida de ver cómo se muere aquella hija y hasta dos nietos.

Foto: AITOR FERNÁNDEZ

Foto: AITOR FERNÁNDEZ

Cuántos ancianos habrán salido adelante de la misma forma que lo hizo mi abuela. Y muchos están aquí, viviendo con ella, en esta residencia. Una residencia en la que han perdido hasta el más mínimo poder de decisión. Les dicen lo que tienen que comer, aunque quizá eso sea lo que menos importe ahora. Les llevan al baño a una hora determinada, aunque quizá no tengan ganas. Les dicen que tienen que sonreír, aunque quizá no sepan animarles. Porque no les animan: les tratan como quien habla a un niño y no a una persona madura.

En esta sociedad envejecida no se valora a los que acumularon tanta experiencia, sino que se les aparca como a un mueble viejo, limitando la atención a las necesidades básicas. En el día a día, los ancianos se venden como un problema. No hay pensiones para todos, aunque fueran ellos los que se las trabajaron y los que siguen pagándolas con su consumo. Se explota a dos auxiliares para 25 ancianos, porque los ancianos ya no son importantes y por tanto ya no hay presupuesto para atenderlos, cuando hay tanta gente necesitada de trabajo. Los ancianos nunca son noticia, en cambio los problemas económicos que los políticos crean colman nuestra vida y eso repercute en las preocupaciones cotidianas.

Foto: AITOR FERNÁNDEZ

Foto: AITOR FERNÁNDEZ

No hay un día que mi abuela lo viva sola porque toda su familia nos turnamos para que eso no pase, aunque estoy seguro que siente la soledad a diario. Pero muchas veces, cuando voy a visitarla, a escuchar su no-voz, veo a sus compañeros solos, día tras día, paseando con sus sillas de ruedas por las salas, haciendo la cola del baño a un lado del pasillo —para no interrumpir el paso de los auxiliares o de otros ancianos—, levantando la mano sin que les hagan caso, sentados frente a una mesa durante toda la mañana hasta que les llegue la hora de comer. Nadie, por lo menos nadie que ha vivido honradamente, debería llegar al final de su vida en esas circunstancias. No hablo de aceptar la muerte de una persona que ha vivido una vida larga, me refiero a vivir dignamente. Tenemos que exigir que se cambien muchas cosas, pero todavía no sabemos hacerlo. Y a muchos ni les preocupa.

[four_columns alpha=»0″ omega=»0″][dropcap_custom]»[/dropcap_custom]Hasta que nos morimos llevamos grabada a fuego la clase social a la que pertenecemos.»[/four_columns]

Y nosotros, que vivimos en una sociedad cada vez más envejecida, no queremos ni discutir lo que vamos a tener que vivir cuando seamos viejos, porque lo seremos. Sólo somos capaces de debatir las eternas alarmas que ellos quieren que debatamos: que será necesario subir la edad de jubilación —aunque España se gasta mucho menos en pensiones que el promedio de la Unión Europea 15—, que los recortes en la dependencia son a causa de la crisis y otras estrategias de manipulación mediática para seguir tomándonos el pelo. ¿No son suficientes 1800 euros para tener atendida en perfectas condiciones a una persona que ahora lo necesita? ¿No debería de controlar la Generalitat de Catalunya que las residencias que subvenciona trabajen en las más perfectas condiciones, más allá de sus instalaciones? Debido a nuestro proyecto Vencidxs he tenido que visitar decenas de residencias de ancianos en España y les puedo asegurar que muchas dejan mucho que desear. Porque hasta que nos morimos, señoras y señores, llevamos grabada a fuego la clase social a la que pertenecemos.

Mi abuela. Creo que ya sólo descansa cuando se queda dormida. Dice que sueña con sus antepasados, con sus seres queridos. Le alivia soñar, aferrando como siempre su pañuelo de papel en la mano, mientras el mecanismo del reloj se va deteniendo. Hay que tener mucho valor para vivir eso. Valor para vivir dentro de una sociedad hostil y salir adelante. Para vivir una guerra, sobrevivir a la miseria, a la muerte de tus seres queridos. Valor para morir llena de dolor, para que ya no escuchen tu voz.

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About Aitor Fernández

Fotoperiodista freelance para el massmedia hasta que fundó DateCuenta. Entre sus proyectos destacan “Las voces de los cayucos”, “Mujeres valientes” o “Vencidxs”, donde se recuperaron más de 100 memorias orales para entender nuestra historia más reciente. También es docente en nuestra escuela de comunicación libre.

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