Francesc Boix, 2000 negativos como prueba del horror

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Este artículo es un homenaje a aquellos artistas que, pese a su corta, vida hicieron grandes cosas. Francesc Boix (1920-1951) fue uno de los supervivientes del campo de exterminio de Mauthausen y el único español que declaró contra importantes miembros del gobierno nazi en el Proceso de Nuremberg. Consiguió sacar los negativos de unas 2.000 fotos que posteriormente servirían de prueba acusatoria en el Juicio.
Por SARA VELÁZQUEZ

Un retrato de un jovencísimo Boix en el campo de Mauthausen.

Retrato de un jovencísimo Boix en el campo de Mauthausen.

La familia de Francesc Boix (Barcelona, 1920) pertenecía a la pequeña burguesía. Bartomeu, el padre de Boix, tenía fuertes tendencias catalanistas de izquierda y había pertenecido a la CNT. Vivían en el piso de arriba de una pequeña sastrería en el barrio de Poble Sec que atraía cada día a personas políticamente afines. Al fondo de la sastrería, una pequeña cocina fue habilitada como laboratorio, ya que Bartomeu era aficionado a la fotografía y tenía una pequeña colección fruto de algunas subastas. Francesc compartió esta afición con su padre y a los 15 años pudo iniciar estudios de fotografía, algo poco habitual para la época.

En 1936 comenzó la revuelta militar que acabó con la II República Española y Francesc, en un ambiente diario de barricadas y colectivizaciones, comenzó a militar en las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) como fotógrafo del semanal “El Juliol”. Boix, más bien alto, delgado, pálido, de pelo castaño y ojos claros, extrovertido y sonriente, fue desde entonces un joven apasionado que pasaba las 24 horas del día pendiente de hacer fotografías –con tan sólo 17 años se fue de casa para alojarse en el Hotel Colón, sede social de las JSU-, pese a no recibir sueldo alguno. Boix desarrollaba este trabajo porque le proporcionaban los materiales (carretes, flashes, químicos de laboratorio…) de difícil acceso en aquellos tiempos.

En algún momento del gran éxodo del 39, a causa del fin de la guerra, Boix marchó a Francia junto con gran parte del pueblo y del ejercito vencido. Las autoridades francesas se vieron obligadas a habilitar campos de acogida donde las condiciones de vida de los republicanos eran penosas y humillantes. Este mismo año explotó el carácter expansionista de Alemania y los territorios vecinos fueron invadidos. La ocupación de París adquirió un gran valor simbólico para los intereses imperialistas del Tercer Reich. Y a los españoles, ante la amenaza de la repatriación, solo les quedó la esperanza de incorporarse a las campañas de militarizadas de trabajo o legión, aunque una vez allí formaron parte de la Resistencia.

[four_columns alpha=»0″ omega=»0″][dropcap_custom]»[/dropcap_custom]8000 españoles fueron deportados a Mauthausen. Dos terceras partes murieron allí antes de la liberación.»[/four_columns]

A Boix le destinaron a Combrimont, en el sur de Francia. Desde allí pidió ayuda a unos amigos exiliados en Montpelier, pues necesitaba un aval de trabajo para poder salir del campo. Pero sus amigos no lo consiguieron. Así comenzó su peregrinación por los campos de Vernet d’Ariege y Septfonds, del que salió en una compañía de trabajadores hasta que los alemanes lo internaron en Stalags como prisionero de guerra. La llegada del mes de mayo de 1940 significará para Boix su viaje al horror: será deportado a Mauthausen, en Austria.

El objetivo de los campos de exterminio como Mauthausen era la aniquilación de los presos mediante el trabajo obligatorio llevado hasta el límite de la resistencia humana. Fueron los mismos presos los que construyeron la carretera general y parte de su propia prisión. Muchos fueron obligados a transportar piedras de más de 40 kg a sus espaldas. Dos de cada tres españoles murieron allí antes de la liberación. Mientras, Serrano Súñer negociaba con Hitler la entrega a la Gestapo de todos los ciudadanos españoles exiliados en Francia -8000 de ellos acabaron en Mauthausen- y el padre de Boix, aquél que le había contagiado su pasión por la fotografía, era condenado por “rojo separatista” a 8 años de cárcel, muriendo poco tiempo después.

Izquierda, arriba: Personalidades del nazismo visitan el exterminio | Izquierda, debajo: Prisioneros rusos recién entrados al campo, a diez grados bajo cero. | Derecha: Judío obligado a suicidarse por los propios SS | Fotos: PAUL RICKEN y FRANCESC BOIX

Izquierda, arriba: Personalidades del nazismo visitan el exterminio | Izquierda, debajo: Prisioneros rusos recién entrados al campo, a diez grados bajo cero. | Derecha: Judío obligado a suicidarse por los SS | Fotos: PAUL RICKEN (suboficial de las SS) y FRANCESC BOIX

Francesc Boix – cuyo nombre fue desde entonces el número 5.185- declaró ser fotógrafo y conocedor del alemán, idioma que había aprendido rudamente en Stalag. Así que fue utilizado como intérprete, al principio, para que los prisioneros entendieran las barbaridades que los alemanes querían decirles, y como fotógrafo, junto a 2 españoles más, para el servicio de identificación y documentación del campo. Los tres se dedicaron a disparar y revelar retratos de los SS, fotografías de muertos de arma de fuego, suicidios, accidentes, hechos médicos o la visitas de la élite nazi, algo que fue muy importante para la acusación en Nuremberg.

En los campos, la jerarquía no se limitaba a los SS y los presos, sino que entre los mismos había diferencias muy marcadas. Por ejemplo, un preso identificado con un triángulo rojo lo identificaba como preso político, mientras el rosa estaba destinado a los homosexuales y era el escalón más bajo de la jerarquía, por lo que su portador era despreciado y maltratado por los demás prisioneros. Aquellos que, como Boix, tenían un trato directo con los SS, disfrutaban de unas condiciones claramente mejores que la mayoría de los presos, pues tenían cierta libertad para moverse por el campo y el joven lo utilizó para ayudar a sus compañeros: cuando los SS con sus familias acudían al laboratorio para retratarse, Boix les pedía, a cambio, el traslado de alguno de ellos a un mejor lugar del campo.

El 22 de junio de 1941, con motivo de una desinfección general, los cerca de 5.000 prisioneros fueron encerrados en el patio de los garajes. Allí tuvieron que permanecer desnudos, sin comer ni beber, durante todo el día. Y fueron ésas las condiciones que los españoles aprovecharon para organizar el Partido Comunista en la resistencia, que tenía como objetivo la salvación del mayor número de camaradas mediante el desplazamiento de los “presos comunes” de los puestos de responsabilidad.

[four_columns alpha=»0″ omega=»0″][dropcap_custom]»[/dropcap_custom]Propuso al Partido Comunista salvar negativos por si hubiera la posibilidad de enseñar el genocidio, aunque sólo fuera con un fotograma.»[/four_columns]

Boix, lejos de acostumbrarse a las imágenes del horror cotidiano, se mostró obediente con los SS para recomendar mejor trato a sus camaradas. Propuso al Partido esconder negativos por si hubiera la posibilidad de salir y enseñar el genocidio, aunque sólo fuera con uno de los fotogramas. Durante esta operación secreta, Boix descolgaba el paquete de negativos, sin saber bien donde caía, para que lo llevaran a la lavandería de desinfección, menos controlada por los SS. Allí, alguien lo escondía momentáneamente en la carpintería para que, más tarde, un grupo de jóvenes hijos de republicanos de entre 13 y 18 años -a los que los alemanes no consideraban políticamente peligrosos-, eran los encargados de sacar del campo el paquete de negativos. Los “Poschachers”, que salían por unas horas a trabajar a la pedrera del mismo nombre, muy cerca del pueblo, fueron ayudados por Anna Pointner, la encargada de custodiar los negativos, que escondía tras una piedra del jardín de su casa.

Izquierda: En los últimos meses de la guerra llegaron a Mauthausen convoys de otros campos, evacuados delante de la avanzada aliada. Muchos de ellos murieron antes de la liberación del campo o las semanas posteriores. | Derecha, arriba: Sala de hospital militar americano en Gusen. Antiguos presos que aún mostraban evidentes secuelas de su paso por el campo. | Derecha, abajo: Himmler, Ziereis y Kaltenbrunner en la pedrera Wienergraben.

Izquierda: En los últimos meses de la guerra llegaron a Mauthausen convoys de otros campos, evacuados delante de la avanzada aliada. Muchos de ellos murieron antes de la liberación del campo o las semanas posteriores. | Derecha, arriba: Sala de hospital militar americano en Gusen. Antiguos presos que aún mostraban evidentes secuelas de su paso por el campo. | Derecha, abajo: Himmler, Ziereis y Kaltenbrunner en la pedrera Wienergraben. | Fotos: FRANCESC BOIX

Tras la liberación de París en agosto del 44, la caída de Berlín en mayo del 45, y el suicidio de Adolf Hitler, el Imperio del Tercer Reich se desmoronó. Los SS se vieron obligados a huir y traspasaron la custodia de los prisioneros a la policía y los bomberos de Viena. El 5 de mayo del 45, una patrulla de americanos cruzó las puertas de Mauthausen. Su tarea principal fue la de alimentar a los prisioneros, aunque en estos primeros días aún murieron más de 2.000 deportados.

Pero cuando Mauthausen fue liberado, Boix permaneció allí más un mes más para seguir con su reportaje del campo durante las operaciones de repatriación. Logró también recuperar los negativos que la señora Pointner había escondido y luego se marchó a París. Allí difundió algunas de las fotografías sacadas del campo de concentración en periódicos y revistas próximos al Partido Comunista francés. Las autoridades francesas se interesaron por él como testigo de gran valor en los juicios contra criminales de guerra que se estaban preparando. De esta forma, en 1946 Boix declaró como testigo en los procesos de Nuremberg contra la cúpula dirigente del Tercer Reich, y en Dachau, en contra de 61 altos SS de Mauthausen. En ambos se presentaron sus fotografías como pruebas determinantes para sostener las acusaciones. El joven fotógrafo iba describiendo de forma escalofriante imagen tras imagen proyectada en la sala: «Éste un judío cuya nacionalidad ignoro. Lo metieron en un tonel lleno de agua hasta que no pudo más. Lo molieron a palos y le dieron diez minutos para colgarse. Usó su propio cinturón para hacerlo; de otro modo sabía lo que le podía esperar.»

[four_columns alpha=»0″ omega=»0″][dropcap_custom]»[/dropcap_custom]Su muerte, a los 30 años, pasó desapercibida para los grandes medios y sus memorias desaparecieron.»[/four_columns]

Boix afianzó su prestigio e ingresó como reportero gráfico de varias revistas y diarios: L’Humanité, Ce Soir y Regards. Viajó a Praga, Algeria, Budapest, Grecia, trabajando con gran entusiasmo, pero su cautiverio en Mauthausen le pasó factura y sus últimos años transcurrieron entre una pequeña buhardilla en París y el hospital, debido a una enfermedad renal. Aún enfermo aprovechó los momentos de convalecencia para preparar un manuscrito con sus memorias titulado “Spaniaker” –el apodo despectivo que los guardianes daban a los españoles en el campo-, que desgraciadamente pasó de mano en mano hasta desaparecer la pista de su paradero. Boix murió el 4 de julio de 1951, a los 30 años. Fue enterrado en el cementerio parisino de Thiais en un entierro nada concurrido. Pero, aún hoy, algunos amigos y compañeros de Mauthausen limpian su lápida, recordando el importante papel que tuvo en la conservación de los documentos sobre la tragedia que él y sus compañeros vivieron.

Documental: «Francesc Boix, un fotógrafo en el infierno»
(Producciones Oriol Porta, 2000)

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About Sara Velázquez

Fotógrafa especializada en el ámbito artístico, es decir, el que cuestiona el propio medio. Ha trabajado codo con codo con fotógrafos como Christian Maury o Kim Manresa y publicado en medios como El País o la revista La Fotografía. Ha creado la sección "Revelando estrellas", donde desvela vidas de fotógrafos que no fueron reconocidos en vida. Es también docente en nuestra escuela.

There are 4 comments

  1. Mora Mangini

    Espectacular artículo sobre este héroe poco comentado, que se animó a decir y a mostrar toda la verdad sobre la crueldad y barbarie cometida por los nazis. No sólo lo hizo en favor de sus compatriotas españoles sino de todas las víctimas del genocidio. Lo peor de todo es que no logro entender cómo (todavía hoy en el 2016) hay gente que dice que es un invento de los judíos o de los aliados cuando las pruebas son más que evidentes

  2. Julia Gómez Martín

    ¿Qué se puede decir, cuando la garganta se queda agarrotada? No puedo sino SENTIR cómo mis tripas se revuelven, hartas ya de tanta desgracia, de ver cómo se ha dilapidado no ya el trabajo, sino la mala vida y la muerte de tantos camaradas que lo dieron todo por la clase obrera, y hoy, siendo muchos, somos pocos los que continuamos esa lucha, cada uno a su modo y según sus posibilidades, mientras hay otros muchos que ponen palos en la rueda, para que no avance, porque su mezquindad les impide ver más allá de su propio «bienestar».

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