A veces el recuerdo del pasado atormenta nuestro presente, no nos deja tirar hacia adelante y renovarnos. La idea de que cualquier tiempo pasado fue mejor resuena en nuestras cabezas como martillazos. Esto es lo que le debe pasar al artista fotográfico del que os hablaré hoy: Malick Sidibé. ¿O no? | Por SARA VELÁZQUEZ
Malick viste con un bubu [chilaba] tradicional y tiene una mirada sensible, entusiasta y comprometida. Lo encontramos caminando por las tierras rojas de la calle 30 del barrio Bagadadji, en Mali. A pesar de sus 77 años, todavía está al frente de un pequeño estudio fotográfico. Por unos pocos CFA’s [divisa en Mali] podemos quedar inmortalizados por el ganador del premio Internacional Hasselblad 2003, el León de Oro de la Biennale Contempomporany Art Exhibibition de Venecia en 2007, el ICP Infinity Award en 2008 y el Photoespaña Baume et Mercier en 2009. Hoy en día dedicado a reparar cámaras fotográficas analógicas, a retratar algún que otro turista que sabe de su trabajo en los años 60 y 70, Malick recuerda el ajetreo de su trabajo en aquellos años, entre el polvo de las cámaras esperando ser reparadas y un archivo de negativos perfectamente documentado.
[four_columns alpha=»0″ omega=»0″][dropcap_custom]»[/dropcap_custom]Los clientes venían al estudio para ser retratados con su ropa nueva, su moto o sus ovejas»[/four_columns]
Nació alrededor de 1935 en una familia de tradición ganadera en Soloba, un pequeño pueblo al sureste de la capital. Pronto Malick destacó como dibujante y fue el único de sus hermanos que estudió: se matriculó en diseño y joyería en la Escuela de Artes Sudanesas de Bamako, hoy el Instituto Nacional de Arte. En 1955 su padre murió y fue a vivir con su tío a la capital. Allí, un fotógrafo francés conocido como ‘Gégé la Pellicule’ reclamó a la escuela un decorador para su estudio de moda y fotografía. La escuela mandó al joven Malick. Una vez acabado su trabajo como interiorista y conseguido el título de joyero, Gégé le consideró como uno de sus aprendices y le enseñó los principios básicos de la fotografía. Mientras su maestro retrataba a la gente occidental que por allí pasaba, Malick estuvo encargado de hacer lo propio con los clientes africanos. De manera autodidacta, aprendió a arreglar cámaras de fotos. Mandarlas a Francia era muy caro y él pensó: “Soy un hombre y ésta es una máquina fabricada por un hombre”.
En 1956 compró su primera cámara, una sencilla Brownie flash. Sidibé era el fotógrafo más joven de la ciudad y el único con flash, así que comenzó a hacer reportajes de las fiestas nocturnas en los barrios populares de Bamako. En el 57 montó su propio estudio. Unas letras de neón anuncian el “Studio Malick”, el pequeño local donde aún trabaja. Un sencillo equipo de iluminación y unas cuantas telas como fondos es todo lo que necesitó; muchos de los clientes de Gégé le prefirieron a él y así se convirtieron en rivales.
[four_columns alpha=»0″ omega=»0″][dropcap_custom]»[/dropcap_custom]Llegaba a las fiestas en su bicicleta y se anunciaba a golpe de flash. Todos le conocían, «¡Malick ya está aquí!»[/four_columns]
Desde 1960, año en que consiguió un laboratorio en blanco y negro, antigua propiedad de un francés que volvió a su país, Malick no dejó de ser reclamado en cualquier acto social de la ciudad. Fotografió bodas, eventos deportivos, conciertos, picnics domingueros y documentó todas las fiestas juveniles, siempre sin dejar de retratar en su estudio o en casa de los propios clientes. Lo que más le gustaba fotografiar eran los guateques que se organizaban en casa de los padres de la juventud burguesa de Bamako y en el club “Hey! Beatles!”, donde por una pequeña subscripción los jóvenes disfrutaban de algo de beber, hielo y pollo al grill. Las muchachas escapaban de sus casas, echaban algo en la bebida de su padre para que se durmiera; la madre y sus hermanos actuaban como cómplices y le abrían la puerta cuando ésta llegaba de madrugada. Vestían ropas anchas para esconder las camisetas y faldas estrechas que después lucían. Cuando las chicas terminaban sus estudios, los padres estaban obligados a hacer una fiesta, así ellos descubrían que bailar no era tan grave. Los chicos se comportaban como caballeros pagando la entrada a las damas.
Era un tiempo en el que la música occidental fue la verdadera revolución en Mali; más que la independencia política de la antigua Sudán Francesa. El rock, el Ula-hop, el swing y la música afrocubana hizo bailar toda la noche a los jóvenes de clase media del país. A veces, entre amigos vestían idénticos trajes, vestidos, zapatos y cinturón. Copiaban los bailes y las actitudes de los actores de las películas americanas que veían en los cines de la capital.
Malick salía de su estudio sobre las once de la noche, la vida nocturna no empezaba pronto. Llegaba a las fiestas en su bicicleta y se anunciaba a golpe de flash. Todos le conocían, “¡Malick ya está aquí!” “¡El fotógrafo ha llegado!” Le respetaban, se sentían relajados y felices, lo que permitía conseguir actitudes originales y una gran complicidad con sus modelos. Podía llegar a cubrir hasta 5 fiestas los sábados, en especial en vacaciones. Sobre las seis de la mañana, Sidibé volvía a su estudio, revelaba en formato tarjeta postal, las agrupaba por clubs, las numeraba y las pegaba en carpetas para poder mostrarlas en su estudio el lunes o el martes.
También los domingos documentaba los encuentros de los jóvenes a orillas del río Niger: durante los calurosos días se reunían para tomar té, nadar y bailar al aire libre. Sólo los chicos compraban las fotos y las ofrecían a las chicas como souvenir, algunos pedían varias copias porque podían salir con distintas chicas. Otras veces pedían copias pero no las compraban, era más importante para ellos exhibirlas allí, por lo que Malick tomo la precaución de pedir un adelanto. Tradicionalmente la fotografía es muy importante en el país, es un acto social en sí mismo, pero Sidibé hacía una única toma, pues sus clientes no se lo podían costear.
[four_columns alpha=»0″ omega=»0″][dropcap_custom]»[/dropcap_custom]Malick es tan caritativo que una vez llegó a dormir seis meses en su laboratorio porque en su casa no había sitio.»[/four_columns]
Tenía su laboratorio en la entrada de su casa, donde vivía con su mujer y su hijo, así podía echarles un ojo mientras trabajaba hasta la madrugada. Se ganaba bien la vida y esto le permitió ser caritativo: en su casa siempre había gente. Una vez, durante seis meses durmió en el laboratorio porque en su casa no había sitio. Decían que allí había más gente que en la República de China. Su estudio, igualmente, siempre estaba a tope, los clientes venían con su ropa nueva, con su moto, o incluso, sus ovejas. También retrataba familias enteras que querían mostrar sus riquezas. Pero en el 76, cuando los clubs empezaron a disolverse, dejó su trabajo de reportero, empezó a haber laboratorios automáticos más asequibles y a color, mientras Malick siempre prefirió revelar en blanco y negro porque los colores acababan desapareciendo con la luz.
En los años 90 André Magnin, especialista en arte africano, rescató las imágenes de Malick y consiguió el reconocimiento internacional que merecían. Algunos de los jóvenes que fotografió ya murieron, pero otros están orgullosos de ver sus fotos en los libros. Hoy en día, a Malick le gustaría que su hija pequeña fuese fotógrafa pero es duro para una mujer en Mali manejar una cámara entre la multitud. Malick ha intentado seguir reparando cámaras, pero entra en pánico con esta nueva era digital, y sólo se dedica a retratar a los curiosos occidentales que pasan por su humilde estudio repleto de pequeñas fotografías de africanos felices. De todos recuerda sus nombres.
Me ha encantado vuestro post y me ha sabido a poco pero ya sabeis lo que dice el dicho «si lo bueno es breve es dos veces bueno». Me gustara volver a leeros de nuevo.
Saludos
proyecto arquitectura alicante http://www.arquestil.com/portafolio2.htm
Me há gustado.
Una vida dedicada a la fotografia en Un país desconocido