Hace once años que conocí a Lourdes Segade, como invitada en la masterclase del tercer año de vida de la escuela DateCuenta. Por entonces era una fotógrafa que colaboraba con el New York Times, auguraba una proyección internacional exitosa y animaba al alumnado a llamar a las puertas de los medios sin importar lo grande que fueran. Pero su mirada cambió.
Por AITOR FERNÁNDEZ. Fotografías de GABRIEL BRAU
“Yo era una fotógrafa que hacía fotos de personas, que trataba de comprender la vida de otros. Mi mirada era hacia fuera. La gente me preguntaba: ¿cómo podías estar ahí?”
Cuando la conocí, Lourdes Segade era una fotógrafa de la intimidad. Se acercaba a historias que normalmente no eran contadas por los medios de comunicación masivos: la vejez, las enfermedades raras… Las personas le abrían su mundo y su corazón de manera generosa. Ella las fotografiaba en sus momentos más vulnerables.
En 2011, a la madre de Lourdes le diagnosticaron un cáncer y a ella se le desmoronó el mundo. Enseguida se le reveló la necesidad de utilizar la fotografía para documentar lo que pasaba. Era lo que había hecho siempre. Pero algo pasó en su interior, porque finalmente decidió no hacerlo.
Cogió una cámara lomográfica, de plástico, porque era pequeña, impredecible técnicamente, como lo que ella sentía en aquellos momentos. Se compró un cuaderno y empezó a pegar en él las fotografías que hacía. En él escribió también las reflexiones que le venían a la mente:
“Es la primera vez que sueño que mamá tiene cáncer”.
Lo hizo para sí misma, para calmar la ansiedad, para tratar de comprender el revés que le había dado la vida. Pero años después volvió a revisitar el trabajo y se dio cuenta de que era algo muy valioso. Su mirada empezó a cambiar en aquel momento.
¿Quién soy?
En un mundo en el que vivimos “desorden por compulsión visual”, según ella misma lo define, pensamos que nuestra fotografía es “cojonuda” si nos dan un montón de likes y, por el contrario, que no vale la pena si no los recibe.
Sin embargo no nos paramos a pensar porqué hacemos nuestro trabajo o si lo hacemos desde el amor. No estamos presentes en lo que hacemos.
El “éxito” de Lourdes continuó. Recibió dos becas en residencias artísticas sin haberlas pedido. Se veía rodeada de artistas de múltiples disciplinas y ella, con su mirada bidimensional, no sabía qué hacer. Aquello la empezó a cambiar. Dejó de contar historias de personas para enfocarse en sí misma. Dejó de preguntarse quién eres para preguntarse quién soy.
No miramos
“A veces creemos que elegimos, pero es una falsa sensación. Vivimos en un proceso automático, en una zona de confort. Cuando fotografiamos es igual. No nos damos cuenta de que lo que hacemos es automático y dejamos de habitar el proceso fotográfico. Dejamos de vivir los instantes como si fueran únicos”.
El proceso fotográfico es cerrado (el encuadre, la fragmentación del tiempo…) y es difícil pensar que podamos vivirlo de otra manera. La propuesta que hace Lourdes es abrir. Dejar el ego a un lado y abrir. Dejar la forma a un lado y abrir. Dejar la meta a un lado y abrir. Abrir para empezar a vivir, a disfrutar del proceso, a conocernos a través del proceso. Dejar de pensar si la foto es buena o es mala. Lo importante es aprender a reconocer cómo hemos llegado ahí.
Cada día pasan por nuestros ojos multitud de situaciones que desechamos porque no las miramos. Pero si realizamos el acto fotográfico no solo con los ojos, si no con todo el ser, con todo el cuerpo, empezarán a pasarnos cosas maravillosas. Naturalmente no es una cosa que se decida y se consiga de un día para otro, es algo que necesita entrenamiento.
Lourdes nos propone diferentes ejercicios para desarrollar la percepción y para conocernos mejor. Podemos cerrar los ojos y observar las sensaciones corporales sin juzgarlas; podemos observar la realidad en panorámica, abriendo la mirada; podemos revisar nuestro trabajo después de un tiempo y analizar los patrones que se repiten y no estamos eligiendo; podemos responder a un texto o una película con una fotografía. Podemos parar, para escucharnos y para escuchar.
No creamos nada
“No creamos nada, todo está creado ya. Nos creemos que hacemos la vida, pero la vida nos hace a nosotras. Si mis ojos no estuvieran mañana, todo seguiría exactamente igual que hoy. Pero si un día me quedo ciega, mañana podré seguir mirando”.
A menudo el ego invade el proceso fotográfico y creemos que hay que adoptar un estilo para que se nos valore, para que se nos reconozca. ¿Dónde queda, entonces, aquello que nos aproximó a la fotografía por primera vez? ¿Aquello que quisimos encontrar en este recurso de expresión que posibilita tanto crecimiento personal?
Para Lourdes, la fotografía ha dejado de ser obra y proyección personal. Utiliza la fotografía como herramienta de conocimiento personal y para ayudar a otras personas a conocerse y a transformarse a sí mismas.
Encontrar la belleza
Lourdes Segade tiene un proyecto fotográfico que durará toda la vida, en el que va fotografiando elementos cotidianos que le asombran y la conectan con la Vida (sí, Lourdes lo escribe así, con mayúscula). Para la mayoría pasarían desapercibidos, pero ahí es donde ella encuentra la belleza: una remolacha cortada por un cuchillo todavía húmedo por el zumo lila, la sombra de un cable en la pared que parece una línea de montañas, la boca llena de helado de su sobrino que a otro le daría asco pero que a ella le hace percibir el sabor. La fruta podrida que tiene un nuevo tipo de Vida dentro de sí.
La propuesta de Lourdes tiene que ver con habitar el proceso fotográfico, con disparar poniendo toda la carne en el asador. Debemos hacer la foto que nos está llamando y no la que creemos que tenemos que hacer. Lourdes reconoce que su propuesta es difícil y requiere decisión, pero sabe que es aprovechable en todo tipo de fotografía y que tiene un poder de transformación arrollador.
“Pocas veces fotografiamos cosas que nos incomodan. Quizá es ahí donde debamos ir, y donde debamos permitirnos encontrar la belleza”.