Desde el inicio del confinamiento, los docentes de la escuela se han coordinado con su alumnado para poder continuar las clases online. Nunca vimos en ello la intención de entretener o mantenerlo ocupado, sino la oportunidad para seguir abriendo conciencias y, ahora más que nunca, transformar la sociedad.

A continuación os compartimos un relato de una alumna del curso de Fotoperiodismo y Periodismo Audiovisual, realizado como ejercicio de descripción de su lugar de trabajo propuesto por Jesús Martínez, docente de Periodismo. Para ilustrarlo, hemos utilizado imágenes de los alumnos de los cursos Fotografía Creativa (nivel 2) y Proyecto Personal y Tratamiento de la Imagen (nivel 3) .

Autorretratos desde el confinamiento | Fotografía de GLORIA MARTÍN

Por BEATRIZ ANTONA (curso de Fotoperiodismo y Periodismo Audiovisual)
Fotografías de JOSÉ LUIS MAILLO, GLORIA MARTÍN, IRAIA OLIVAS Y CÉSAR VÁZQUEZ

Nuestro Paris. Viernes 13 de marzo del 2020. Si hace un año alguien me llega a decir que iba a pasar un mes (por lo menos) encerrada en 80 metros cuadrados con dos nicaragüenses y una colombiana le diría que eso solo pasa en las películas de ciencia ficción. Empiezo a darme cuenta de que, dentro de unos años, cuando tenga la edad que tiene ahora mi abuela, y si tengo la suerte de heredar su buena memoria, contaré a mis nietos o a los de mis amigas cómo este día, durante mi época de estudiante de máster en Barcelona, tuvimos que confinarnos en casa sin saber ciertamente hasta cuándo, a causa de una pandemia mundial de origen desconocido. La tarde anterior, como todos los jueves después de cuatro intensas horas de clases, vam fer birres en el bar de Rubén. Esta vez fui yo, probablemente por la incertidumbre que inevitablemente me llevaban generando las noticias poco alentadoras de las últimas semanas, quien propuso esa última ronda de cervezas antes del apocalipsis del sistema que parecía que se avecinaba. Esta incertidumbre había hecho que volviera a activar las notificaciones de todas las apps de periódicos en el móvil… ¡con lo nerviosa que me pone tener globos y tiras en la pantalla a cada rato! Obviamente no tardaría ni una semana en desactivarlas. Aguantaría un poco más mirando a cada hora los informativos y las breaking news de las televisiones. Pero poco más.

Autorretratos desde el confinamiento |Fotografía de IRAIA OLIVAS
Autorretratos desde el confinamiento|Fotografía de CÉSAR VÁZQUEZ

No dispongo de una zona de trabajo concreta en las zonas comunes. Nunca lo tuve. El escritorio que había en el salón cuando llegué a este piso hace seis meses ha cambiado hasta cinco veces de localización. Estos días Rafa sigue con su horario habitual de trabajo, con la diferencia de que se ahorra la hora de trayecto de ida y la de vuelta –con el enlace eterno en Collblanc para coger la L9 que eso le conlleva cuando el mundo gira con normalidad–, así que ha trasladado el escritorio a su habitación. Mi lugar de trabajo es la propia cama. Apoyo la espalda en la almohada doblada por la mitad para que no se resientan demasiado las lumbares y estiro las piernas cruzadas una encima de la otra. Y las voy alternando. Si apoyo la cabeza para descansar de vez en cuando las cervicales, mi nuca choca contra el estor que cubre la ventana de la habitación que da a la cocina. Mara está preocupada por si el ruido de la lavadora me molesta al dormir por las mañanas cuando me quedo remoloneando más de la cuenta o al estudiar, pero la verdad es que no. Justo enfrente tengo el típico burro de Ikea con 32 perchas colgadas con unos cuatro centímetros de distancia entre ellas. Abrigos, chaquetas, bikers, bombersblazers, blusas, camisas, pantalones, faldas. En ese orden. Justo debajo tengo los zapatos, aunque mi vista no los alcanza desde este lado de la cama.

Autorretratos desde el confinamiento|Fotografía de JOSÉ LUIS MAILLO

Si giro la cabeza a la derecha encuentro, justo encima de la mesilla blanca a juego con las paredes en la que tengo a mano la cajita gris de estrellas, la lamparita dorada con forma de asteroide con anillos, el cargador del iPhone, la botella de agua de cristal, y Permagel, de Eva Baltasar; tengo pegado contra la cómoda de madera envejecida el horario de clases. A pesar de ser nativa digital y llevarlo todo en todos los soportes electrónicos posibles, me gusta tenerlo impreso y que lo primero que vea al despertarme sea la rutina que solía seguir antes de que empezara el encierro. Es una cuestión de orden de una maniática patológica del orden. Voy tachando los días que pasan en el calendario impreso con fotos que me regalaron mis amigas por mi 25 cumpleaños. Encima de la cómoda dejo a mano la réflex con la correa que compré en mi viaje a Londres en un mercadillo vintage y la agenda de Srta Bebi, otro regalo de mis amigas. La otra mitad de esta vieja cómoda recogida de la calle la ocupan varios libros colocados en horizontal en una esquina, uno encima del otro. Y justo encima, un recipiente dorado con forma de hojas de alguna planta con las brochas de maquillaje. Al lado tengo un pequeño espejo redondo en el que ahora ni tan siquiera me rizo las pestañas. En las últimas noches me ha dado por encender el difusor de aromas con unas gotitas de aceite de lavanda para ayudar a calmar la ansiedad de no saber cuánto tiempo más seguiremos así y la incertidumbre de lo que vendrá después ahí fuera.

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