Si hay algo que nos gusta en DateCuenta es llamar a las cosas por su nombre. Este año, en nuestro curso de Escritura de no ficción hablaremos de la importancia de utilizar el lenguaje con precisión. Sin eufemismos. No se trata solamente de que te entiendan: también de no mentir, de no dejar que te engañen con términos dulces ni con ambigüedades. Y por supuesto, de no caer en la trampa de la censura para ser políticamente correcto.

Eufemismos del lenguaje en el curso de escritura de no ficción

Según la RAE, eufemismo es una «manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante»

El eufemismo «crisis» para ocultar la «estafa»

Por MÓNICA SOLANAS | @monicontomate

«No es una crisis, es una estafa». Este es uno de los eufemismos destapados más reivindicados en las calles desde la eclosión en las plazas del 15M. De hecho, era y es el lema que acuñó la Comissió de Gent Gran de Barcelona. E igual que su lema, hablan sin medias tintas ni ambages. Que no son políticamente correctos, vaya. Porque no fue una crisis sino una estafa. Tampoco fue una desaceleración; ni un estancamiento; ni una situación difícil; ni unas condiciones adversas; ni por supuesto un deterioro del contexto económico. Fue y sigue siendo una estafa.

No hay que olvidar que tenemos en todo el mundo políticos y empresarios que son grandes mentirosos…

—¡Grandes oradores!

—Nada de interrupciones. ¡Y son grandes mentirosos!

Como iba diciendo, estos grandes mentirosos utilizan el lenguaje para manipular la percepción de las personas de la realidad que les rodea. ¿Cuántas veces habéis oído a alguien diciendo que, ciertamente, los recortes se hacen porque no queda más remedio? Esto no es un eufemismo, pero es el efecto directo que provocan en la mente de muchos votantes y consumidores.

El submarino Nautile documentó cómo el fuel se escapaba del Prestige a 3.600 metros de profundidad. Para Rajoy, entonces vicepresidente del Gobierno, eran como unos «hilillos de plastilina», y este fue uno de sus eufemismos más criticados.

Eufemismos para parar un tren

Hay ejemplos para parar un tren (expresión que, aunque también es una metáfora, no entra en el grupo de los eufemismos): todos hemos escuchado hablar de «incentivar la tributación de rentas no declaradas» cuando quieren decir amnistía fiscal. Y si nos ponemos exquisitas, «amnistía fiscal» también es una forma elegante de referirse a condonar los delitos fiscales cometidos por quienes tienen dinero en paraísos fiscales —dinero que puede salir del tráfico de armas, de la explotación sexual, de la droga o vaya usted a saber. A los que aplican la amnistía tampoco les preocupa eso—.

En este mismo contexto —el que ellos llaman crisis y nosotras estafa— nos encontramos también con expresiones como «calmar los mercados». Que en realidad hace referencia a una subida de impuestos y un recorte del gasto público. La materialización de esto es, por ejemplo, decenas de personas durante días y días esperando una cama en un pasillo de urgencias de cualquier hospital público. O grupos de escolares alojados en barracones porque no hay dinero para mejorar las instalaciones de las escuelas públicas. O a «procedimientos de ejecución hipotecaria», los desahucios. O, hablando en plata, robarle a la gente sus casas.

Y nos cuentan que esto es consecuencia del «crecimiento económico negativo» (o cero) para no hablar de pérdidas, de la «devaluación competitiva de los salarios» para referirse a las bajadas de sueldos, de «externalización» por privatización, de «inyectar liquidez a la banca» en lugar de decir claramente que usan el dinero público —el nuestro— para regalárselo a las empresas privadas, de «préstamo en condiciones extremadamente favorables» cuando en realidad ha sido un rescate, o de «reformas estructurales» o «ajustes» cuando lo que han hecho son recortes salvajes.

Y nos piden que nos apretemos el cinturón, y se acepta el «copago sanitario» cuando en realidad es un repago. Y se subsiste gracias a la «economía sumergida», que suena mejor que explotación laboral. O se es víctima de un «expediente de regulación de empleo» o «de ocupación», o de un «reajuste de personal», o de una «reducción de plantilla», porque hablar de despidos masivos y explotación laboral podría revolucionar las calles. Y se apela a «flexibilizar el despido» y «el mercado» para que a los empresarios les salga muy barato —incluso ni un euro— echar a la calle a los trabajadores.

Pero claro, se justifican, estas son las consecuencias de la «economía de mercado», es decir, del capitalismo. Que es el inevitable «impacto asimétrico de la crisis», léase que solo afecta a los pobres —«desfavorecidos», dicen ellos—; pobres cada vez más pobres, trabajadores cada vez más empobrecidos. Los ricos, claro, siguen «desviando fondos» —defraudando— a paraísos fiscales, amparados por el capitalismo. Este capitalismo que ha transformado a los ciudadanos en «consumidores», que compran y compran «para satisfacer sus necesidades», necesidades creadas por este sistema para hacer de ellos sus eternos esclavos. Este capitalismo que incentiva la «movilidad exterior», cuando la realidad es que muchas personas se ven obligadas a emigrar para encontrar trabajo. Y no nos habléis de «fuga de cerebros»: ni es una fuga ni son solamente cerebros: son personas que dejan atrás familia, casa y amigos, que luchan por salir adelante y ayudar a sus más próximos, que tienen también un corazón.

—¡Siempre con el mismo discursito!

—No es un discursito, ¡es desenmascarar los engaños del lenguaje!

—Pues acaba ya, que te enrollas mucho.

—Ya termino. ¡Y basta de interrumpir!

Para acabar, y como reivindicación hacia todas las mujeres, vamos a pediros que dejéis de utilizar el eufemismo «maltrato de género», «violencia doméstica» o «micromachismos». Es machismo cotidiano, es terrorismo machista.

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